Biblioteca Popular Bella Vista, un orgullo para los vecinos, La Mañana de Córdoba, 2005


  • Desde el corazón del barrio, brinda educación no formal a personas de bajos recursos.

  • Tiene ya 15 años y de sus actividades participan más de dos mil vecinos.

  • Bella Vista se empobreció con la crisis y la desocupación es muy alta.

Daniela Spósito – Especial para LA MAÑANA

El chico de 14 años y de cara oscura se pone una media de lycra en la cabeza. Está en Bella Vista, un barrio pobre, a 15 cuadras del centro de Córdoba. La media le achata la cara, la transfigura. Por arriba de su cabeza, la media se transforma en un títere con ojos y lengua de paño colorado. El chico podría estar usando esa media para «hacerse un cuero» o «una soga» (robar una billetera o ropa tendida, en la jerga). Sobre todo a estas horas, en las que el sol del invierno empieza a caer y las calles parecen más negras y vacías. Podría sacar el 38 que su papá guarda en el modular y salir a robar. También podría, para no correr tantos riesgos, aceptar las propuestas que recibe de los dealers que recorren la zona y salir a vender «papeles» (cocaína) por los bares del centro. Pero en el barrio donde vive este chico hay una biblioteca. Desde hace varios años, él la visita todos los días. Y en la biblioteca, las medias de lycra se usan para hacer juguetes. Juguetes como el títere con ojos y lengua de paño colorado que sale por encima de su cabeza y divierte a sus compañeros del taller de plástica.
La Biblioteca Popular Bella Vista (Fundación Pedro Milesi), en pleno corazón del barrio Bella Vista -zona que albergó, en otros tiempos, a familias obreras que hoy están al borde de la miseria y sin trabajo-, nació hace 15 años como el sueño de una mujer que tenía en su haber largos años de militancia política. La presidenta de la institución, Susana Fiorito, junto a su compañero, el escritor Andrés Rivera, pensó este espacio -que lleva el nombre de un antiguo dirigente sindical clasista cordobés- como un lugar dedicado al trabajo con los marginados del sistema. «Dicen que antes el barrio no era así. Que los hombres tenían trabajo y las familias eran más estables», cuenta Fiorito a LA MAÑANA. Bella Vista fue construido por obreros industriales que compraron sus terrenos en cuotas, en la década del 20 del siglo pasado, y levantaron sus casas haciendo de albañiles los fines de semana. Hasta la crisis de los 90, la mayoría de los vecinos eran empleados (Fábrica Militar de Aviones, Industrias Mecánicas del Estado, Ferrocarriles, automotrices, Gas del Estado, ENTel). Pero con los sucesivos ajustes, las fuentes de trabajo fueron cerrando, una a una. Algunos, los más jóvenes, empezaron a changuear en la construcción; otros, con menos suerte, se encerraron a tomar vino en caja; las mujeres, a trabajar de empleadas domésticas de los barrios más ricos. El 2001 trajo consigo una agudización de los niveles de desocupación entre los adultos. La estigmatización de los jóvenes pobres como el principal enemigo interno se profundizó al ritmo de la flexibilización de la economía y de los mercados. «La única fuente de ingresos real del barrio hoy es la distribución de drogas, la plata a la casa la lleva la droga. La mano de obra para repartirla suelen ser los menores de edad», reconoce Fiorito, mientras cuenta que la madre de uno de los adolescentes del barrio le dijo: «El chico no se pincha ni esnifea; trae buena plata a casa». Para muchas chicas, la prostitución aparece como una opción cuando se trata de mantener a los padres y a los hermanos menores.
La puerta de la biblioteca se abre y entra Agustín: «cuato, tiete, tinco», pronuncia desde sus seis años. Cuatro, siete, cinco: su número de socio para retirar libros. Todos los días Agustín sale solo de su casa y llega hasta la biblioteca. Lo primero que pide son las revistas de dinosaurios: «Voy a ser paleontólogo». Dice con exactitud cada una de las sílabas mientras no saca los ojos del álbum con ilustraciones infantiles. A su lado, Jessica y Belén, de 15, hacen sus tareas. Un jovencito mira la vitrina que exhibe una novela de Nabokov y otra de Julio Verne. Alexis, de 16, busca información para un trabajo práctico del secundario. Quiere ser técnico metalúrgico. Su papá es albañil. Más allá, en la salita de lecturas, entre lápices de colores, almohadones, dibujos y libros al alcance de los más chicos, niños de entre 3 y 7 años leen un cuento. Después, entre todos, escribirán y dibujarán sus impresiones en una gran hoja blanca compartida. Matías, de 5 años, relata sus experiencias con la murga: «Llevamos bombos, tambores y ‘rodorantes’», balbucea en su media lengua, mientras hace la mímica de los redoblantes.
«La biblioteca genera en el barrio una sensación de orgullo», reconoce una no menos orgullosa Fiorito. Y explica: «En un lugar que muchos relacionan con una zona de ladrones, drogadictos y dealers, los vecinos aseguran que tienen ‘la mejor’ biblioteca de Córdoba. Y eso les fortalece el sentido de pertenencia, les da una reserva de dignidad. Aumenta la autoestima social». Sabrina tiene 12 años y está corrigiendo, en una de las computadoras, la revista El Barrilete. Sus compañeras, buscan ilustraciones para las notas que saldrán en el próximo número de esta publicación del taller de periodismo para jóvenes que ofrece la institución. «Lo que más me gusta es hacer entrevistas», asegura Sabrina. En el aula de al lado, un grupo de chicos aprende a escribir con la computadora, en el marco de un proyecto de la institución y de Extensión Universitaria de la Universidad Nacional de Córdoba. Entre todos están corrigiendo una versión que Leo, de 7 años, hizo sobre el cuento con el que aprendió a leer. En el barrio no hay colegio secundario. Muchos chicos trabajan desde pequeños. «En la pubertad empiezan a cambiar de ambiente y nos preocupa cómo mantener a esos chicos que han venido tanto tiempo a la biblioteca y que de golpe, cuando crecen, dejan de asistir. Este año, un grupo de adolescentes comenzó a formar talleres de arte (plástica, música, escritura), les interesan los murales, la murga. Creemos que con el aprendizaje colectivo pueden ir transformando sus pautas violentas y encontrando un lugar de pertenencia. Queremos que se conviertan en promotores de la biblioteca. Ellos, también son el barrio». Eso dice esta mujer vestida de negro, canosa y bajita, mientras un grupo de chicos ruidosos revolotea a su alrededor. Austera y vehemente es «la Susy», como le dicen en el barrio. Y tiene un entusiasmo que parece infatigable.
En estos días, Bella Vista está tratando de reponerse de la muerte de Daniela, una niña 7 de siete años que hace un par de meses murió de un balazo en su propia casa, en medio de una discusión familiar. El hecho está siendo investigado por la Justicia y presenta, todavía, aristas oscuras. Daniela era alumna de la biblioteca. La conmoción que generó su muerte motivó a la institución para diseñar una campaña: los chicos entregaron todas las armas de juguete que tenían en sus casas a cambio de un libro. Con las armas recolectadas, se realizará una escultura gigante.
Las medias de nylon se convierten en títeres y las armas en esculturas, en esta biblioteca. Dice un afiche escrito por los chicos que cuelga en una de las paredes del playón deportivo: «Las palabras matarán las balas. Sanarán las almas».

En pleno corazón del barrio Bella Vista, la Biblioteca Popular nació hace 15 años como el sueño de una mujer que tenía en su haber largos años de militancia política.

En la biblioteca, las medias de lycra se usan para hacer juguetes. Juguetes como el títere con ojos y lengua de paño colorado que sale por encima de su cabeza y divierte a sus compañeros del taller de plástica.

TALLERES: Las actividades de la Fundación Pedro Milesi se despliegan entre la biblioteca, el playón deportivo, la huerta y el centro tecnológico comunitario (CTC). Allí funcionan una veintena de talleres interdisciplinarios (plástica, música, escritura, teatro, folklore, percusión, guitarra, canto, costura, tejido, periodismo, gimnasia, computación, inglés, francés) para sus cerca de 1.500 inscriptos -en su mayoría mujeres y chicos del barrio-. Entre otras actividades, hay una huerta escuela, un cineclub y una murga callejera. Todas ellas tienen como eje común la lectura. También hay un servicio bibliotecario, una hemeroteca de revistas políticas argentinas, un club de lectores y una sala de lecturas para los más pequeños. De los 72 docentes que trabajan en la institución, 29 son vecinos del barrio, sin formación formal, que ofrecen sus saberes a otros vecinos. Se financia mediante aportes de ONG, fundaciones, organismos internacionales, gobiernos extranjeros, embajadas, de editoriales y artistas. Además, los vecinos elaboran y venden empanadas, pastelitos, plantines de la huerta y hacen rifas. No reciben dinero del Estado nacional, provincial o municipal.

http://www.lmcordoba.com.ar/ed_ant/2005/05-07-10/8_sociedad_09.htm